Estaba sentada en mi casa, rezando al mundo para encontrar una solución. Sonó el timbre y me dirigí desganada hacia la puerta, intentando imaginar qué intentarían venderme o qué organización (siempre sin ánimo de lucro) me presionaría para que colaborara con los más necesitados, siéndoles indiferente cualquiera que fuese mi situación.
Al abrir, la imagen era extraña, pues eran jóvenes y no parecían estar desarrollando el trabajo de ninguna empresa, llevaban ropa muy normal, cada uno con su propio estilo.
Todos sonreían, eso me gustó, me cayeron bien. De una manera cortés y educada me saludaron, acto seguido, se preocuparon de mí, me preguntaron cómo estaba sin ni si quiera conocerme. He de reconocer que me sonaba la cara de alguno de habérmelo cruzado un par de veces. Tras escucharme y entenderme, ellos me contaron que tampoco su situación era excelente, estudiantes y trabajadores al mismo tiempo, que habían de conformarse con cualesquiera que fueran sus condiciones y a quienes no les auguraba un futuro para nada esperanzador, puesto que la situación del país era bastante deplorable para la mayoría.
Tras una primera y sencilla toma de contacto, les invite a entrar, al contrario de lo que hago con cualquier otro desconocido que se plante ante mi puerta, puesto que ninguno de estos ni me había parecido fiable, ni realmente preocupado por lo que yo pudiera contarle. Ellos, sin embargo, eran diferentes.
Ya sentados en el salón, me atreví a ofrecerles algo para humedecer sus bocas cansadas. Lo cierto, es que era poco lo que podía darles, pero me apeteció compartir con ellos lo poco que me quedaba hasta la próxima vez que cobrara…
Hablamos de la situación de España, y de esta sociedad tremendamente despreocupada. Los temas fueron corriendo y nosotros cada vez más entusiasmados tratándolos. Había puntos de acuerdo, la educación era la base de todo lo que nos preocupaba. La sociedad estaba muy acomodada, hace años que dejaron de moverse, porque pensaron que no les faltaba nada, entonces la situación era distinta y ahora a las “grandes mentes” en las que nos confiamos, no les importaba demostrar lo poco que se preocupaban de sus actos y labores. Es decir, el poder era corrupto, lo cual no era una novedad, pero su descaro era cada vez mayor.
Por aquel entonces vivíamos una mala época, en realidad, una época nefasta para gran parte de las personas. Empezamos sintiendo una crisis inmobiliaria, desatada por el altísimo e inalcanzable precio de la vivienda, que poco a poco y sin que nadie quisiera admitirlo, fue alcanzando al resto de los sectores empezando por la construcción y acabando por el pequeño comercio, el cual notaba la crisis directamente en sus compradores, y así sucesivamente. En fin, era el declive de un país que según sus gobiernos, al principio, estaba en pleno apogeo, pero claro siempre hay que ser precavidos y por aquel entonces nadie lo era. Además, las tramas de corrupción política eran cada vez más abundantes, pero todo eso parecía no importarle a nadie. La gente callaba, se sentaba y esperaba a que aquellos austeros años pasaran sin más, pero no se castigaba al que hacía algo mal, ni se premiaba debidamente a quienes sabían luchar.
Aquellos jóvenes que me visitaron pertenecían a la gran mayoría de su generación, que por aquel entonces daba igual lo mucho que estudiaran. Si mi abuela hubiera estudiado lo mismo que alguno de ellos, yo todavía disfrutaría parte de su dinero, pero ya eso no valía, los jóvenes tenían una o varias carreras, cursos y máster oficiales que adornaban sus currículos, mientras que, en el mejor de los casos, alguno de ellos se “mantenía” siendo camarero y compaginando su vida con más estudios por si alguno de tantos pudiera salvarle en algún momento.
Pero había que admitirlo, no por mucho madrugar amanece más temprano, el problema era de todos. Nos habíamos conformado demasiado y mientras la cosa empeoraba, nos hacíamos los sordos quienes no nos veíamos afectados, para finalmente arrepentirnos de no habernos despertado antes y de haber esperado al último momento para buscar una solución. Para la mayoría de las familias esa solución venía con retraso y lo que es más, hasta entonces ni venía, teníamos que seguir esperando.
Aquellos jóvenes me demostraron lo contrario, ¿seguir esperando? Los gobiernos no han sido tan delicados, aun en la peor crisis del país ellos seguían robando y sin importarle a quienes, ni que los vieran. Ya no era momento de más esperas, era momento de unificarnos. Debíamos plantearnos la situación de manera que nadie saliera perjudicado, no debíamos pensar que era mejor no hablar hasta que nos viésemos afectados.
Entonces fue cuando llegamos al centro de tan interesante conversación:
-Vamos a salir a la calle.- me comentaron. Me emocioné, me sentí orgullosa de ver cómo aquellos jóvenes que tanto se estaban esforzando todavía tenían más ganas de trabajar para superar todas las dificultades, mientras la sociedad parecía dormida. Me impresionaron, los jóvenes de entonces parecían torpes, en general, parecían no tener constancia en aquello que querían y estaban acostumbrados a no tenwww.rae.eser que moverse para conseguir nada, los habíamos criados despreocupados y cómodos, rodeados de caprichos y materia innecesaria. ¡Ahí estaba mi sorpresa! A pesar de todo, estaban vivos, tenían claro lo que querían y lo que no y estaban más dispuestos que nunca a conseguirlo y dejar de ser pisoteados por los gobiernos. Recogí mis primeras lágrimas del movimiento y me apunté al instante a unirme a ellos. No lo dudé, ¿cómo podía hacerlo? Se aferraban a los derechos más básicos y no porque no quisieran trabajar, sino todo lo contrario, porque lo que querían era poder hacerlo y alcanzar un día una vida digna, una vida de la que ya pocos disfrutaban.
Sí, antes he dicho movimiento, porque el día que estos jóvenes, y resultó que no tan jóvenes, salieron a la calle fue el 15 de Mayo de 2011 y, gracias a Dios, no solo se quedó en eso, se formaron grandes organizaciones asamblearias por todo el país, incluida una acampada como protesta a la violencia resultante de una de las primeras marchas. Muchos eran los vivos y las asambleas eran sus catedrales, era admirable poder ver cómo todos se expresaban y sentir lo que todos anhelaban, desde entonces muchas más fueron mis lágrimas. No fue fácil en ningún momento, gran parte de la sociedad casi nos odiaba, pero nos seguimos extendiendo, ya eran muchos los países que nos apoyaban, las noticias nos mencionaban, y éramos un tema de conversación tan recurrente como lo ha sido el tiempo toda la vida. Y de ahí salió el movimiento, el 15-M, la #Spanish R-evolution, en busca del cambio del conciencia, siempre de forma pacífica, pero haciendo que se nos oyera.
He de admitirlo, nunca pensé que fuera a sentir aquello, nunca pensé que nadie sacara tantas fuerzas y nunca me sentí más realizada que cuando allí colaboraba. Solidaridad, compañerismo, paciencia, amabilidad, saber escuchar, adaptarnos, el respeto, son tantas las cosas que aprendí con ellos. Y lo mejor de todo es que todavía los quiero.
Las marchas continuaron, las asambleas se extendieron a los pueblos y los barrios, yo participaba en la de mi pueblo. Era tan bonito, que la mayoría no eran capaces de entenderlo. Los martes a las 8 de la tarde nos citábamos y nos preparábamos conforme íbamos llegando, los primeros días en el suelo, después improvisamos algunas sillas, al principio esencialmente nos escuchábamos era muy interesante saber quienes y por qué nos sentábamos, qué pensábamos al respecto y qué esperábamos, sentí haber conocido a las personas más bonitas de mi pueblo. Me encantaba ver como, en el transcurso de estas reuniones, la gente, entre temores a ser juzgadas, se asomaba y se interesaba por saber qué temas se trataban y, sobre todo, querían saber si éramos tan malos como algunos nos pintaban. No lo éramos por eso me encantaba que todo el que pasara se acercara.
La mayoría no teníamos ni idea de qué estábamos haciendo, pero estábamos seguros de que buscábamos un cambio, éramos gente preparada o profesionalmente experimentada, pero éramos novatos en revelaciones contra el sistema. Teníamos muchísimo cuidado con cada decisión que tomábamos, lo que para muchos podía resultar hasta gracioso, pero queríamos ser cautos y, ante todo, respetarnos. Poco a poco, fuimos tomando forma y cada vez mejor organizados continuamos trabajando, el grupo del pueblo se había consolidado.
Rápido pasaba el tiempo y lento era nuestro trabajo, ya nos habíamos plantado en el caluroso verano. Los esfuerzos eran continuos y supimos adaptarnos, el calor era el mismo de cada año.
Fue de un día para otro cuando todo había cambiado, amanecimos aquella mañana cuales ovejas esclavas, trabajando sin descanso, sin una madre que nos cuidara. Era tarde para unirnos, pues nos habían separado, sin poder adivinar cuánta era la distancia. Ya no quedaban personas, nos habían destrozado el alma y pasamos a olvidarnos de todos los que nos rodeaban. Fuimos desconocidos, mucho trabajo y cabeza baja, me preocupo de lo mío y me da igual a quien de la espalda. En un ambiente deplorable, el aire empezó apestar, la humanidad entró en un fulminante estado de putrefacción. La tierra se puso triste, la naturaleza muerta, no podía creer cómo acabamos con ella. El planeta se consumía por el bien de su sistema, él se había enfermado y no quería correr el riesgo de contagiarlo.
Finalmente, la Tierra, se esfumó, se desvaneció, desapareció, se autodestruyó, en fin, profundamente se deprimió.
Y solo quiero decirles, que yo no voy a esperar a que llegue ese momento en que nada tenga remedio. Seguiré luchando por ti, aunque no lo necesites… Porque quiero poder acordarme de todos vosotros y sentir que en algún momento hicimos las cosas por el bien de TODOS. Porque somos hermanos, no solo amigos o vecinos y porque comparto contigo la tierra en la que vivo. Si tú la cuidas para poder convivir, yo cambiaré a los gobiernos para que puedas sobrevivir. Y porque con todo esto he aprendido que aunque no os conozca, también os quiero, y que los valores son lo único que nos harán eternos.
Alejandra R.G.